LÍO MESSI PARA CHICOS
Ahí está, lleva la pelota al pie. Pique corto, eléctrico. La mirada gacha, amaga y gambetea a uno, a dos, a tres. Surca el campo de juego y lleva la pelota como si fuera un mago, pegada a su pie zurdo. Parece que vuela. Entonces, enfrenta al arquero y frena un segundo. Piensa, elige y patea… ¡Gol de Messi! ¿Cuántas veces hemos visto, vos y nosotr@s, a Messi metiendo un golazo, abriendo los brazos para salir a festejar, asomando apenas una sonrisa de felicidad? Tenemos suerte: somos contemporáneos a este fenómeno del deporte mundial. Somos testigos, vos y nosotros, de sus jugadas, de sus gambetas, de sus piques. Pero detrás de cada gol, de cada récord, de cada título conseguido, está la historia de un pibe rosarino, inquieto, tímido y chiquito físicamente, que desplegaba su talento en los potreros y que soñaba con jugar al fútbol en un club de primera división. Por esa razón, te proponemos contarte la historia de Lío desde que era una pulguita, desde que empezó su romance interminable con la pelota, desde aquellos picados con sus primos y vecinos en el barrio. Y contar la historia de Lío es detenerse, también, en sus desafíos y en los obstáculos que pudo superar: un problema hormonal que no le permitía crecer con normalidad, un viaje al otro lado del mundo detrás de una oportunidad, el enorme reto que significó probarse en un club como el Barcelona, la decisión de jugar con la camiseta argentina…
Acá está, apenas des vuelta esta página, la historia de Lío. Te invitamos a descubrirla y a disfrutarla, como cada vez que lo vemos, vos y nosotros, hacer alguna de sus maravillas con la pelota.
MANU GINÓBILI PARA CHIC@S
En ocasiones, las cosas no resultan sencillas. No todos nacen para ser estrellas, ni tienen tanta habilidad para un deporte que se destacan de inmediato, desde pibes. A veces, muchos fenómenos surgen a partir del esfuerzo, de una mentalidad particular, de no bajonearse cuando
las cosas salen mal, de nunca darse por vencido. Porque se aprende a ganar y también a perder, y a empezar de cero. Ese es el caso de Manu Ginóbili, el protagonista de esta historia. No era ni tan alto ni su físico parecía ayudarlo en su deseo de dedicarse a jugar al básquet, pero nunca se resignó. Manu quería ser jugador profesional y soñaba con integrar la selección argentina; entonces se puso a trabajar: entrenaba, corría, hacía ejercicio, se cuidaba en su alimentación, aprendía de sus errores y de sus rivales, se caía una y mil veces y siempre se volvía a levantar. Hasta que un día, esa zurda mágica lo llevó a lo más alto: a integrar el equipo argentino con sus amigos y a ganar una medalla de oro y otra de bronce. A ser figura y ganar cuatro campeonatos en la mejor liga del mundo: la NBA. A seguir jugando hasta hoy, con cuarenta años, con el mismo deseo de siempre. Y en todo momento, sabiendo que el equipo es lo más importante, que ayudar a un compañero es ayudarse a uno mismo, que las individualidades no ganan títulos y que la inteligencia y la mentalidad son herramientas muy valiosas en el deporte y en la vida. Por todas estas razones, Manu Ginóbili es nuestro aventurero del deporte. Porque, a veces, los genios tardan en aparecer, o emergen a partir del esfuerzo silencioso de todos los días.