ADÁN BUENOSAYRES
Injustamente marginado cuando se publicó, en 1948, a causa del peronismo militante del autor, del cáustico retrato que hacía de los más ilustres miembros de la generación martinfierrista y de la aluvional complejidad del texto, a contrapelo con los cánones de la época, sería reivindicado a partir de la década del 60 como uno de los textos esenciales de nuestra literatura.
Planteado como un viaje de la oscuridad hacia la luz, que se inicia con el despertar metafísico de Adán y su afán por trascender esa tristeza “que nace de lo múltiple”, el libro registra cada paso de ese itinerario y, por reflejo, cada uno de los personajes y vicisitudes del mundo que rodea al protagonista, como una verdadera epopeya integral del espíritu. En ese mosaico, ambientado en el Buenos Aires de la década del 20, aparecen la estética o el debate de ideas (en la tertulia literaria en casa de los Amundsen); el elogio al guerrero; la idealización mística de la belleza; el enfrentamiento con los monstruos y la mitologización de la historia; el banquete dionisíaco; la catarsis a través de la sátira más desbordante y la redención desesperada.
Si, como dijo Macedonio Fernández, una novela es “la historia de un destino completo”, pocos libros en la literatura argentina caben tan perfectamente en esa definición como Adán Buenosayres.
ANTÍGONA VÉLEZ
El mito de Antígona recreado por Marechal en clave de honda poesía dramática y en un contexto bien particular: la pampa cuando aún era teatro de la lucha entre indios y blancos. La ambientación resulta un grandísimo acierto, ya que por un lado todos los elementos del mito griego encuentran naturalmente su lugar en ella, y por el otro, la historia adquiere un fuerte color local. El estudio complementario reflexiona sobre la significación de mito, rastrea la ascendencia teatral de Antígona y luego el valor intrínseco de la pieza marechaliana, a la vez que contrasta la pintura del personaje con algunas de sus otras múltiples versiones